2.10.08

Livadia de José Manuel Prieto

Metáfora de Rusia
José Manuel Prieto, Livadia, Mondadori, Barcelona, 1999.Lo mismo que en pintura, también en literatura debe pensarse en términos de composición y diseño. Una novela de largo aliento como Livadia de José Manuel Prieto debió tardar un tiempo considerable primero en su composición mental y luego en su ejecución sobre el papel. Me parece importante subrayar el aspecto de la planeación porque es precisamente ahí donde reside una de las virtudes mayores de este libro.
Livadia cuenta la historia de un encuentro —o de múltiples encuentros si se quiere— que podría resumirse más o
menos de la siguiente manera: un contrabandista de mercancía "ligera", J., pre-sumiblemente José, se topa en Estambul con una joven rusa. Esta joven fue conducida a un serrallo mediante una trampa y le pide a J. que la ayude a escapar de vuelta a su país de origen. Antes, J. tuvo que conocer a un coleccionista de mariposas que le hace el estrafalario encargo de cazar un yazikus, un espurio ejemplar de mariposa que de los meses de mayo a septiembre ronda las costas de Crimea.
Queda claro que estamos frente a una historia que pudo haberse resuelto de manera lineal; sin embargo, el narrador eligió una vía más complicada para contarla: cada uno de estos episodios, que pudieron haberse sucedido los unos a los otros según una cronología estricta, se convierte en una serie de módulos narrativos que son barajados para simular los caprichos de la memoria y darle cabida a la dimensión epistolar de la novela. Después de haber escapado con éxito de Estambul, J. y su amiga se separan. Él prosigue la búsqueda improbable del yazikus en Livadia, donde empieza a recibir las cartas que ella le envía desde un lugar desconocido. J. está proyectando todo el tiempo responder a estas cartas, y entre un intervalo y otro reconstruye lo sucedido antes y después de su encuentro con V. Es indudable que los hechos se fragmentan y se componen siguiendo una estrategia. ¿Pero cuál es el efecto definitivo de todo esto? El efecto definitivo es el de una trama enriquecida con aspectos que podrían no figurar o afectar directamente al desarrollo de la historia, pero que están ahí para hacer de la vida, o de la narración de una vida, una cadena de símbolos que podemos interpretar como si se tratara de una fotografía equis, de un paisaje pintoresco o de un montaje cinematográfico cuyo sentido va más allá de la frialdad de la imagen. La evocación es una constante en Livadia.
Poner tanto énfasis en el asunto de la composición literaria y la planeación intelectual que antecede a la ejecución de un texto podría parecer ocioso, pero no lo es si uno piensa en los frutos que de esta técnica se desprenden: las posibilidades plásticas de la novela se elevan a una segunda potencia en el momento inmediato de la lectura. En cierto sentido, Livadia es una gran metáfora que glosa las posibilidades sensoriales del ojo como instrumento y también como demonio. Los ojos, en cuanto receptores de la luz y manipuladores de la sombra, son una primera instancia del raciocinio más elemental. Son un principio regulador de la vida y la conducta, pero asimismo son los causantes de las alucinaciones más deplorables y perversas —de la vista nace el amor, pero también el deseo; San Antonio no hubiera padecido lo que padeció si los demonios que lo tentaron antes le hubieran sacado los ojos. También es cierto que la prosa ágil y desenvuelta de José Prieto hace posible la ilusión del movimiento según las percepciones del ojo. Uno de los pasajes finales del libro describe una cacería con olor a Nabokov —entomólogo aficionado y experto cazador de mariposas:

La vi posarse entre unos helechos y agitar sus alas rítmicamente con la cadencia de un ingenio mecánico. Durante un silencio de blanca —todo el compás— me acerqué sintiendo en mis sienes el golpetear de sus alas, me quité el panamá dispuesto a atraparla, pero al momento se descolgó pendiente abajo en una escala cromática invertida, rebotó en la barra doble de una pared de aire, y remontó el vuelo cuesta arriba.

Hay situaciones que no pueden describirse, mucho menos clasificarse. Éstas incumben principalmente al dominio de la nostalgia. Y al sometimiento de la voluntad a la memoria. La escritura es el medio que se encarga en todo caso de sugerirlas, y darle al mundo una extraña coherencia. Como había dicho antes, Livadia comienza con la recepción de una carta manuscrita en siete pliegos de papel de arroz. El protagonista recibirá seis cartas más. Y la respuesta siempre postergada (que redunda a su vez en la elaboración de un constante borrador) supone la distribución de las acciones de la novela en siete capítulos. Prieto atiende en todo momento a las reglas de una simetría simbólica, cuyos valores de interpretación tienen que ver sin embargo con una melancolía indescifrable. Livadia comienza con un epígrafe que fue tomado de una carta de San Pablo a los corintios, que recomienda no buscar problemas en caso de no tenerlos. ¿Es esto posible? La novela crece como una refutación de este principio, y termina con la enunciación de un nombre tan claro como la noche: Varia, que rima con Vanessa, el nombre ruso de la mariposa nocturna.
La flexibilidad es una de las normas que persigue el modelaje de una silueta cualquiera mediante la manipulación inteligente de la luz y la sombra. Para que tenga vida, es decir, para que tenga cuerpo, hay que corromper la materia. No se trata de disolver tanto como de descomponer. O distribuir de manera distinta. La escritura parece obedecer a un proceso análogo de recomposición y diseño. Y Livadia reposa en esa inasible certeza.

Fuente: por Gabriel Bernal Granados, en Letras Libres

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